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#Columna7 Día de Muertos

Jorge Álvarez Colín
 

Por años, la tradición de celebrar a los difuntos se ha convertido en una práctica que trasciende fronteras de todo tipo, físicas, geográficas y culturales. En México se ha acrecentado esta tradición convirtiéndose, tal vez en el distintivo más grande de la cultura mexicana en el mundo. Como sabemos, esta costumbre data de nuestras culturas […]


Por años, la tradición de celebrar a los difuntos se ha convertido en una práctica que trasciende fronteras de todo tipo, físicas, geográficas y culturales. En México se ha acrecentado esta tradición convirtiéndose, tal vez en el distintivo más grande de la cultura mexicana en el mundo.

Como sabemos, esta costumbre data de nuestras culturas prehispánicas, quienes homenajeaban el reencuentro entre vivos y muertos, honrando a sus deidades del Mictlán, Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl, quienes de alguna manera constituían ese círculo de convivencia entre la vida y la muerte a través de símbolos llenos de un gran sincretismo, que cada vez se vuelve más fuerte.

Han sido videos, películas, festivales, crónicas, artículos, libros, memorias y un largo etcétera, lo que ha magnificado esta tradición, sin embargo, ello mismo ha promovido una creciente imaginación para aprovechar estos escenarios y convertirlos en ofertas turísticas, en actos políticos, en arengas causales, en distractores colectivos y por supuesto estrategias comerciales. Lo atractivo, luminoso y colorido de estas representaciones se convierten en escenarios perfectos para llamar la atención, los distintos lugares como panteones, plazas públicas, calles, restaurantes, iglesias, escuelas, oficinas públicas,  privadas y desde luego las propias casas,  las técnicas tan variadas, los temas interminables, espacios propicios que han llevado a la sociedad a volverse actores de esta tradición, retomándolo después de la pandemia con mayor participación social, favorecida tal vez por la necesidad del reencuentro de la misma gente, pero al fin y al cabo una legitima expresión mexicana.

Nuestra sociedad, su sed de cambios y ajustes, la defensa de las libertades, la inclusión, la diversidad, la igualdad, encuentran a través de estas celebraciones un gran medio de expresión, convirtiéndose en parte viviente de ello y conduciendo a los gobiernos a institucionalizar estas tradiciones, que sin duda irán más allá de ser Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, según la UNESCO. ¡Que sea para bien!