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#HerenciadelMéxicoAntiguo Las barrancas de Atongo y la magia del Tepozteco

Carlos G. Alviso López
 

Allá en Tepoztlán, el lugar del hacha de cobre, en voz náhuatl, donde la mística y los misterios del cielo hasta nuestros días se hacen presentes; es sitio característico por ser semillero de tlacuilos, que crearon el papel amate, en el que se inscribieron pasajes de la historia de nuestros prehispánicos. Contaremos una historia ocurrida […]


Allá en Tepoztlán, el lugar del hacha de cobre, en voz náhuatl, donde la mística y los misterios del cielo hasta nuestros días se hacen presentes; es sitio característico por ser semillero de tlacuilos, que crearon el papel amate, en el que se inscribieron pasajes de la historia de nuestros prehispánicos.

Contaremos una historia ocurrida en este esplendoroso destino, donde la gente que en él habitaba, solía bañarse en las aguas de las barrancas de Atongo, ahí resonaba un rumor de antaño; los más viejos decían que en dichas barrancas “daban aires, es decir, las mujeres quedaban embarazadas.

Una jovencita no prestó atención e ignoró las advertencias, quedando encinta a lo cual, sorprendida del suceso inexplicable, pensó en muchas argucias para evitar la afrenta, principalmente porque los prejuicios de las personas serían implacables e incómodos.

Su abuelo, quien era el guía familiar, no aceptó esta deshonra y sin reparos optó por deshacerse de la criatura y lo primero que se le ocurrió fue arrojar cruelmente al pequeño bebé a un hormiguero, donde enormes hormigas en lugar de devorarlo, cuidaron de este.

Al abuelo de la madre lo invadió la cólera, cegado por la ira y el coraje tomó en brazos al bebé y lo aventó a un profundo barranco. Cuál fue su sorpresa, al ver que una potente ráfaga de viento envolvió al infante para sujetarlo, salvarlo de la caída estrepitosa y colocarlo nuevamente en tierra firme.

La frustración llegó al despiadado abuelo y lo único que le quedó hacer fue abandonar al niño cerca de un enorme maguey para que el Sol lo deshidratara y partiera al mundo de los muertos a causa de la insolación e inanición. La pencas se doblaron e hicieron lo necesario para dotarle de sobra y alimento a través del aguamiel.

Fue entonces que una pareja de tiernos ancianos encontraron al bebé, lo adoptaron y le llamaron Tepoztécatl, quien tuvo una infancia feliz en la región de Xochicalco. Muchos años después se convirtió en el valiente señor de Tepoztlán dejando un legado de resistencia y valentía como una herencia más del México antiguo.