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#HerenciadelMéxicoAntiguo La leyenda del Cerro de Guizachtlan y el aullido del coyote

Carlos G. Alviso López
 

Resulta que hace muchos años, en aquellos tiempos donde las deidades aún no creaban al hombre, en la tierra desolada habitaba un coyote cuya piel era esplendorosa, brillante como el sol, de sentimientos muy nobles y sin ningún ápice de maldad, mucho menos de agresividad. Poseía enormes ojos de color oscuro, casi tan negros como […]


Resulta que hace muchos años, en aquellos tiempos donde las deidades aún no creaban al hombre, en la tierra desolada habitaba un coyote cuya piel era esplendorosa, brillante como el sol, de sentimientos muy nobles y sin ningún ápice de maldad, mucho menos de agresividad.

Poseía enormes ojos de color oscuro, casi tan negros como lo más profundo de lo nocturno, sin embargo, no a su mirada lo acompañaba una intensa mirada bondadosa que lo hacía obtener de inmediato la confianza de quien se le acercaba, pues transmitía profunda paz y tranquilidad.

Su majestuosidad lo llevaba a destacar de los demás animales, el brillo de su cuerpo era como el oro intenso, que deslumbraba la serranía en donde vivía y paseaba dentro del cerro de Guizachtlan, rodeado de arroyos de agua cristalina y peñas de una hermosura natural incomparable.

Cierto día por estos lares paseaba la diosa de la luna llamada Nana Cutzi, quien remotamente bajaba del cielo a los sitios terrenales, ya que regularmente se mantenía viajera por la vía láctea y el universo, en compañía de miles de estrellas que conformaban las pléyades.

Al ver que la madre de la luna estaba en el globo terráqueo, no se hicieron esperar las malintencionadas acciones de sus detractores, fue entonces que Orión, conocido como el cazador del cielo, inventó que Nana Cutzi era una improvisada, demeritando su importancia y haciéndole creer al coyote que ella no representaba nada.

El coyote cayó es esta trampa e increpó a Nana Cutzi, increpar y de forma muy descortés le exigió que se fuera de Guizachtlan, no era bienvenida por considerarla una impostora celestial. Sumamente molesta, la diosa maldijo al coyote arrebatándole la voz, su bondad y carisma.

Solo le dejó un lastimero aullido para comunicarse, un sonido que atemoriza a cualquiera al escucharlo y desde entonces está solo, su pelaje se decoloró y se tornó triste para ser una herencia más del México antiguo.