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#HerenciadelMéxicoAntiguo La caída de las hojas y la magia del viento otoñal

Carlos G. Alviso López
 

Los árboles y plantas, así como los pastizales comenzaban a tornarse en distintas tonalidades amarillas y cafés. Esto era un indicativo de perder frescura, de secarse y de morir para renacer en tiempos posteriores. Un grupo de sofisticados sacerdotes, adivinos y sabios se dedicaban a contar los días con diversas técnicas de medición del tiempo. […]


Los árboles y plantas, así como los pastizales comenzaban a tornarse en distintas tonalidades amarillas y cafés. Esto era un indicativo de perder frescura, de secarse y de morir para renacer en tiempos posteriores.

Un grupo de sofisticados sacerdotes, adivinos y sabios se dedicaban a contar los días con diversas técnicas de medición del tiempo. Se concentraban en el Tlaxiaco que era un observatorio astronómico de aquel tiempo.

Los datos que ellos obtenían eran analizados por cada uno de ellos y con estos se nutrían los cuadrantes del calendario. Notaban el cambio de clima, sus peculiaridades y sus afectaciones en las tierras, por ejemplo. Asimismo, las lluvias, los vientos, sus intensidades eran registradas.

Uno de los casos era el frío del otoño, donde los vientos desprendían las hojas de los árboles, los pastos comenzaban a secarse para todo en su conjunto llegar a cerrar un ciclo y abrir uno nuevo más adelante de renacimiento y florecer.

Para saber con exactitud la llegada de cualquier época estacional del año, los sacerdotes utilizaban una contabilidad particular que comprendía los dígitos del 1 al 13, dicha trecena constituía una semana o huita, como la denominaban nuestros ancestros.

Así también, utilizaban 20 signos, entre los que se encontraban representados por animales, el viento, el agua, entre otros elementos que se conjuntaban en 18 segmentos lo que daba un total de 360 días a los que se les añadían cinco más o en ovaciones seis, si el año era bisiesto.

Con esta técnica de contabilidad de los días, era que conformaban sus años los prehispánicos y cada 52 años repartidos en 4 ciclos de 13 cada uno, renacía una nueva era de la humanidad. Con ello, dejaron el legado de calendarizar los días, los sucesos y la vida diaria, una herencia más del México antiguo.