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#HerenciadelMéxicoAntiguo El señorío mixteco y la insuperable alianza

Carlos G. Alviso López
 

En la lejanía de los valles espesos de Puebla, aún se resguardan muchos secretos de los etéreos pensares mixtecos. Aquella cultura que en el periodo de auge, como sociedad supo consolidar alianzas bélicas y demasiados intercambios comerciales en pos de la prosperidad de su gente. Corría el año 2 pedernal, que en nuestro calendario sería […]


En la lejanía de los valles espesos de Puebla, aún se resguardan muchos secretos de los etéreos pensares mixtecos. Aquella cultura que en el periodo de auge, como sociedad supo consolidar alianzas bélicas y demasiados intercambios comerciales en pos de la prosperidad de su gente.

Corría el año 2 pedernal, que en nuestro calendario sería el año 1092 después de Cristo, fue en aquel tiempo cuando un grupo de emisarios llegó a los linderos de Tututepec, ahí, donde el señor 8 Venado mandataba con rigor y excelencia de sus pobladores.

Esta comitiva estaba encabezada por un sacerdote de muy alto rango, quien entre sus atavíos, portaba una máscara de pico de ave, siempre relacionada con el señor de los vientos, llamado en náhuatl Ehécatl o Tachi en mixteco, los demás acompañantes cubrían su rostro con un antifaz o con pintura negra en la parte superior de la cara.

El origen nahuatlaca de los visitantes no podía negarse con aquellos símbolos ya descritos. Fueron bien recibidos, además de tenerles respeto hubo ciertas deferencias de los anfitriones mixtecos. Tal fue el caso, que la reunión con el señor 8 Venado se llevó a cabo en una caverna sagrada.

Pero… ¿cuál era el motivo de esa visita? ¿Para qué querían hablar con el señor mixteco con tal urgencia? Los motivos eran muy prácticos y claros: una enorme, poderosa y casi insuperable alianza, tanto para cuestiones de combate, comerciales y rituales.

Esta alianza quedó afianzada a través de un juego de pelota entre nahuas y mixtecos; los primeros, lucían en el rostro su antifaz oscuro, los segundos, se pintaron la cara de tintes con tonalidades rojas y amarillas, distintivos cromáticos de la sangre y la luminiscencia solar. De este modo y con estos rituales cargados de mística, simbolismos y connotaciones de las culturas mixteca y náhuatl, se selló una alianza que marcó parte del rumbo mesoamericano de esos entonces y que hoy es una herencia más del México antiguo.