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#HerenciadelMéxicoAntiguo El parto: una lucha de valentía y fortaleza

Carlos G. Alviso López
 

Cada mujer que encinta quedaba, era considerada sagrada, pues los dioses le habían conferido un quehacer único, además exclusivo de su sexo. Sus órganos maternales están preparados para procrear y dar perpetuidad a los seres humanos, la fertilidad es inherente a su condición. Los mexicas sabían que el metabolismo de las féminas se preparaba para […]


Cada mujer que encinta quedaba, era considerada sagrada, pues los dioses le habían conferido un quehacer único, además exclusivo de su sexo. Sus órganos maternales están preparados para procrear y dar perpetuidad a los seres humanos, la fertilidad es inherente a su condición.

Los mexicas sabían que el metabolismo de las féminas se preparaba para ser madres, el embarazo era un don mágico dotado por las deidades cósmicas y materializado con la maravilla del nacimiento de un ser indefenso que debía ser cuidado, amamantado y guiado en sus primero años de vida.

Cihuacóatl, madre de todos los hombres, poseedora de la fertilidad, quien en el Quinto Sol molió los huesos de antiguas humanidades para crear a quienes aún habitamos la Tierra, siempre estaba al pendiente de proteger a las mujeres, más aún a las embarazadas.

Aquellas que en el infortunio morían durante el parto, Cihuacóatl las cobijaba, las llevaba al más allá, a un lugar especial, lleno de resplandor y bonanza, porque no había mayor honor entre el género femenino que este trance del mundo de los vivos hacia lo sobrenatural.

El comparativo era preciso y contundente, decían que aquella mujer que se embarazaba, su momento cumbre de valentía y fortaleza era el parto, que lo asimilaban con el valor que los guerreros mostraban en la guerra para defender a su pueblo y sus pertenecías.

El peligro en ambos casos, era inminente, desafiante, debían tener una preparación absoluta de mente, alma y cuerpo, y ambos, guerreros y mujeres que fallecían en la guerra y en el alumbramiento, respectivamente, eran dignos de acompañar al Sol en el atardecer.

Ha sido generacional el valor del embarazo y la valentía de la mujer durante el parto, apreciado al máximo por la sorprendente capacidad de las madres que dan a luz, pero mayormente reconocido ese amor abnegado que tienen en el cuidado de sus hijo que es una herencia más del México antiguo.