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#HerenciadelMéxicoAntiguo El llevador de los sueños y deseos

Carlos G. Alviso López
 

Dedicados a crear todo lo existente en el plano terrenal, los dioses se enfocaron con  precisión, en darle sentido a cada cosa, en conferirle a todo ser viviente una función y objetivo en la vida. Lo confeccionaron minuciosamente con el paso de tiempo, ya que dependía el destino de esta concordancia. Al concluir, se dieron […]


Dedicados a crear todo lo existente en el plano terrenal, los dioses se enfocaron con  precisión, en darle sentido a cada cosa, en conferirle a todo ser viviente una función y objetivo en la vida. Lo confeccionaron minuciosamente con el paso de tiempo, ya que dependía el destino de esta concordancia.

Al concluir, se dieron cuenta de algo importante: no había quién se encargara a diario de llevar los sueños y los deseos para reforzar las virtudes de la humanidad con algo intangible, pero tan sólido como la roca más dura que se conozca.

Las materias primas para crear al mundo animal fueron maíz y barro, que se habían acabado ya. De tal suerte que consiguieron un trozo de jade, el más precioso, para tallar una flecha pequeña, puntiaguda a la que le soplaron las deidades y sorprendentemente salió volando.

Se había convertido en un colibrí, ese soplido conjunto le dio vida a un ave que, no obstante a su ínfimo aspecto, era de plumaje llamativo, radiante y de una velocidad que la vista humana no percibía como tal, parecía flotar.

Esa capacidad de sostenerse gracias a su rapidez en el aleteo, fue ex profeso para permitirle al colibrí estar estático en lo que capturaba o depositaba algún sueño o deseo en el campo, los hogares, dentro de un jardín. En las flores más delicadas, los dioses depositaron muchos buenos anhelos.

Por este motive, dotaron al colibrí de una fragilidad, delicadeza y destreza incomparables, con el objeto de no mover ni un solo pétalo y conservar esos depósitos de sueños y deseos casi intactos. Al darse cuenta de esta mágica connotación, los seres humanos intentaron atrapar al colibrí.

Los supremos se enfurecieron ante la avaricia y osadía de las personas que intentaban capturar al colibrí, por lo tanto lanzaron una advertencia determinante: todo aquel que intentara enjaular a un colibrí, su castigo sería la muerte y condena infinita.

Hasta nuestros días, jamás hemos visto un colibrí en cautiverio y es porque la protección de los dioses prehispánicos continúa con estas pequeñas aves que son una herencia más del México antiguo.