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#HerenciadelMéxicoAntiguo El guerrero ojos de venado

Carlos G. Alviso López
 

Una tarde veraniega, la doncella Adonei se dispuso a cosechar frutos frescos en el frondoso bosque donde vivía. Caminaba por larga vereda flanqueada por longevos árboles, cuando se topó con el sabio hechicero Sajoo, quien de inmediato la vio fijamente a los ojos. Su penetrante mirada hizo que la princesa se detuviera para preguntarle el […]


Una tarde veraniega, la doncella Adonei se dispuso a cosechar frutos frescos en el frondoso bosque donde vivía. Caminaba por larga vereda flanqueada por longevos árboles, cuando se topó con el sabio hechicero Sajoo, quien de inmediato la vio fijamente a los ojos.

Su penetrante mirada hizo que la princesa se detuviera para preguntarle el porqué la veía de esa forma, a lo cual Sajoo le respondió tajante y sin reparos: “ten cuidado. Te enamorarás de un guerrero poderoso y ello traerá inminente desgracia a tu pueblo”.

Espantada corrió a casa a contarle a Chuin, su esposo, quien era el cacique y mandamás de la comunidad. Ante esta advertencia que pronosticó el viejo, lo mandó echar del pueblo sin retorno alguno.

Pasó el tiempo y se olvidó el suceso. Cierto día, apareció en las montañas que rodeaban el poblado donde vivía Adonei, un guerrero de impactante fortaleza física e intelectual. Pertenecía a las huestes tenochcas, cuyo mandatario era Moctezuma Ilhuicamina.

Chuin, presto al presagio de Sajoo, inteligentemente lo recibió con pleitesías dignas de un soldado de su talla. El nombre de este incesante luchador era Coyoltótotl, lo caracterizaba una mirada precisa, sostenida y firme que provenía de sus ojos similares a los de un venado.

Todo sucedió en la Sierra Gorda de México, donde Adonei acostumbraba a bañarse en los manantiales circunvecinos y fue ahí donde se encontró con Coyoltótotl e instantáneamente quedó enamorada de él, arrojándose a sus brazos, pasando todo el día ahí con el guerrero.

Chuin presentía lo que había dicho Sajoo por lo cual, lleno de ira, tomó un cuchillo de obsidiana, localizó a Coyoltótotl, le enterró la enorme punta filosa en el corazón y le sacó los ojos que eran la causa del enamoramiento y traición de su mujer para enterrarlos en un sitio lejano.

De ellos, floreció un fruto llamado cuauhxtl, con semillas parecidas al ojo de venado, consumándose el presagio del hechicero ya que Adonei al saber de la muerte de su amado se inmoló al arrojarse a una enorme cascada; fue así que este fruto y su leyenda son una herencia más del México antiguo.

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