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#Columna7 Una vez más

Jorge Álvarez Colín
 

La actuación de la representación mexicana en Catar, fue vergonzante. La historia refleja lo que han sido los mundiales para un grupo de futbolistas que se transmuta en selección, definida por una banda de empresarios dueños de equipos, que contratan a un técnico, a futbolistas que tienen un interés para cotizarse y se vuelven la […]


La actuación de la representación mexicana en Catar, fue vergonzante.

La historia refleja lo que han sido los mundiales para un grupo de futbolistas que se transmuta en selección, definida por una banda de empresarios dueños de equipos, que contratan a un técnico, a futbolistas que tienen un interés para cotizarse y se vuelven la mercancía que se vende al público fanático.

El futbol es uno de los negocios más grandes del país, donde cada equipo es una empresa que se constituye en un consorcio para aprovechar el mercado de un mundial. El negocio es enorme, involucra clubes, televisoras, medios de comunicación y muchos otros negocios colaterales. El juego es apasionante, tan lo es, que se convierte en el premio más codiciado de cualquier otra justa deportiva, involucra a la nación, hace converger a generaciones del pasado, presente y las del futuro, le ponen una camiseta y la convierten en la representación de un país, que ante la  ausencia de una política pública deportiva es aceptada sin ningún reclamo, el pueblo la hace suya y la transforma en su insignia, es la adopción patriótica, se apoya sin distinción de equipos, es uno, esa playera sacrosanta que envuelve y atrapa, que simboliza una nación y se expresa en la emoción que desata la euforia y lleva al olvido momentáneo cualquier otra situación, las canchas son el escenario para verter la sangre de la pasión y hacer que el  grito de México!! México!! llegue hasta donde ruede un balón mundialista y pasa de ser mercancía a consumidor, los dueños no exponen nada, son los futbolistas, los técnicos, los comentaristas y todos aquellos que se vuelven visibles en el gran circo.

Lo malo es que se genera una mega expectativa, una ingenua esperanza que se consume en 270 minutos y se transforma en decepción, tristeza, enojo, rabia, frustración y hasta agresión. Será cuestión de tiempo para que se olvide, queda el registro, la mente será superada por el corazón y el sentimiento, se volverá a repetir el proceso, una nueva ilusión y seguramente la misma historia, aunque sólo sea por una vez más.

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