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Generación COVID: los estudiantes españoles que se perdieron en el confinamiento

 

SALUD-CORONAVIRUS-EDUCACION:Generación COVID: los estudiantes españoles que se perdieron en el confinamiento


Por Sonya Dowsett

MADRID, 23 jun (Reuters) – De los 31 alumnos de una de las clases online de la profesora madrileña Clara Mijares el mes pasado, faltaban ocho. A dos no los había visto desde hacía tiempo, según explicó a Reuters, y ese porcentaje de asistencia fue bastante habitual en las clases —para niños de 12 a 16 años— durante el confinamiento.

Algunos de los que se habían conectado a esa videoconferencia del instituto El Espinillo en Madrid no tenían sus cámaras web activadas y tampoco se daban prisa en responder cuando la profesora les preguntó cómo estaban.

“No vale decir ‘bien’ solo”, decía para intentar convencer a los adolescentes de 13 años ante la pantalla. “Tenemos que encontrar otra palabra”. Entonces salían otras respuestas del altavoz: Cansado. Aburrido. No he salido de casa a hacer ejercicio. Prefiero quedarme en casa.

“Se ha perdido el encanto de estar en una clase”, dijo Mijares.

En los últimos meses esta escena se ha repetido en hogares de todo el mundo, ya que datos de Naciones Unidas sugieren que más de 1.500 millones de niños se han visto afectados por el cierre de los colegios para frenar la propagación de la enfermedad COVID-19. Desde Shanghái a California, los estudiantes han estado lejos de las aulas y la asistencia a las clase en línea ha ido en descenso.

Sin embargo, con el curso escolar llegando a su fin o ya acabado en muchos casos, los datos del Gobierno español apuntan a que el aislamiento causado por la pandemia ha sido especialmente perjudicial para los niños de familias vulnerables y de bajos ingresos.

Los casos de COVID-19 en España rondan ya el cuarto de millón, según los últimos datos oficiales, el país con más infecciones de Europa tras el Reino Unido. Sin embargo, a diferencia de otros países como Reino Unido, todos los centros de enseñanza cerraron durante la pandemia y no había un servicio de contingencia para niños de personal crítico como los sanitarios.

Desde principios de marzo, el cierre de colegios, institutos y universidades dejó a 9,5 millones de estudiantes a merced de la enseñanza a distancia por internet. La mayoría de colegios no abrirán hasta que comience el nuevo curso académico en septiembre.

El Gobierno estima que hasta el 12% de los escolares no ha seguido la enseñanza a distancia durante las 14 semanas de confinamiento, lo que equivale a casi un millón de alumnos.

Esta situación no ayuda en un país cuya tasa de abandono escolar, del 17,3% en 2019, ya era de las más altas de la Unión Europea.

El colegio de Mijares se ubica en un distrito de clase trabajadora en el que hay alumnos de familias con distinto perfil económico, desde clase media a hogares que reciben ayudas del Estado, según dice su directora Toni García. A medida que el confinamiento se prolongaba, Mijares se fue dando cuenta de que tendría que encontrar otras maneras de llegar a los estudiantes, incluyendo llamadas por teléfono fijo.

“Hablé con familias que me dijeron que estaban agobiadas con muchísima tarea y muchísimos correos … que no podían”, dice, sentada en el antiguo dormitorio de su hermano, que ha convertido en su oficina desde que se mudó de nuevo con sus padres durante el confinamiento.

“Una de mis tareas ha sido llamar y explicar cómo desde el móvil se puede leer un correo electrónico y cómo responder a ese correo electrónico”.

Durante el confinamiento, las limitaciones en el acceso a internet han creado una barrera social. Según un estudio de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), a partir de 2015, más del 90% de los estudiantes desfavorecidos en países como Canadá, Corea y Australia tenían acceso a internet.

Sin embargo, los estudiantes menos privilegiados de España tenían casi un 14% menos de probabilidades que los ricos de conectarse a Internet. Esa brecha era aún mayor en Estados Unidos y Rusia, donde menos de uno de cada cinco estudiantes desfavorecidos tenía acceso a Internet.

A los estudiantes de bajos ingresos de España ya les estaba yendo peor que a muchos en Europa.

La crisis financiera de 2008-2014 dejó sin trabajo a más de 2 millones de personas y aún hoy, a pesar de años de fuerte crecimiento económico, el país tiene la segunda tasa de desempleo más alta de la UE después de Grecia. Hay 2,2 millones de niños en riesgo de pobreza y exclusión en España, más de una cuarta parte de la población infantil total, según los cálculos de la ONG Save the Children.

La diferencia de ingresos entre la quinta parte más rica de la población española y la más pobre —una medida de la desigualdad— está entre las más altas de Europa y ha crecido en la última década, según la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN). El aumento de la brecha plantea cuestiones cruciales para el crecimiento económico y la estabilidad social.

“Es el hecho más preocupante de España, el altísimo porcentaje de abandono (escolar)”, dice a Reuters Olivier De Schutter, el relator especial de Naciones Unidas sobre la pobreza extrema y los derechos humanos.

“El papel que la escuela debería desempeñar normalmente —como fuerza de movilidad social y como forma de igualar las oportunidades en la vida— es mucho más difícil de desempeñar si se cierra la escuela”, dice. La interrupción continua puede aumentar la brecha, dijo.

El Gobierno ha dicho que la presencia física en las aulas será la norma general cuando vuelvan a abrir. La portavoz del Ministerio de Educación, Mar Hedo, coincidió en que es muy importante que todos los niños puedan volver a las aulas debido al papel que desempeñan las escuelas en la eliminación de la desigualdad.

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“ME PESA TODO”

El cierre de las escuelas ha puesto a muchos en apuros. Saida Juárez, madre soltera de 50 años, trabaja en una residencia en Vallecas, un barrio de Madrid. Cuando estalló la pandemia, se aisló de sus dos hijos en su piso para reducir el riesgo de infectarlos.

Durante 10 semanas, no tuvo contacto físico con ninguno de los chicos, que tienen 16 y 10 años.

A los niños les enviaban los deberes por correo electrónico, que recibían en su móvil. Cuando terminaban, sacaban fotos que enviaban para la corrección. Juárez no ha podido ayudarles con las tareas escolares.

“No podía acercarme (a ellos)”, dice, en el salón de su piso.

Su hijo mayor, Gabriel, que va a un centro diferente que el de Mijares, iniciará el año que viene su último año de enseñanza obligatoria y espera poder trabajar de policía. Desde el confinamiento ha estado cuidando de su hermano menor, Matías, mientras su madre trabajaba de 7 de la mañana a 3 de la tarde.

Al principio, cuando Juárez llegaba a casa, se duchaba, se rociaba desinfectante e iba a la cocina a preparar la comida para los chicos. Pasaba el resto del día en su habitación, comunicándose con ellos por teléfono.

“Tenía ese miedo de que venía cargada con el virus a casa”, dice. “Es muy duro y doloroso a la vez de no tener contacto”.

Ese mismo mes enfermó, estuvo en cama durante 10 días y no trabajó durante un mes, aislándose en su habitación. Los servicios de salud le pidieron que se quedara en casa y consultaban cómo estaba por teléfono. Semanas más tarde, se le hizo la prueba de COVID-19 y el resultado fue negativo.

Gabriel hizo las compras y cocinó durante ese tiempo, y ayudó a Matías con sus deberes, además de hacer los suyos propios. Echa de menos el instituto, dice, porque ahora es más difícil pedir ayuda a los profesores. Mandó correos electrónicos a sus profesores, pero las respuestas tardaban más en llegar que si hubiera clases presenciales.

Hay veces, dice Gabriel, que se levanta y tiene que hacer el desayuno, poner la casa en orden, sacar al perro y solo entonces puede hacer las tareas escolares. “Me levanto cansado y es como que me pesa todo”, dice, sentado en la mesa del comedor, donde estudia.

Cuando a los españoles se les permitió salir de sus casas para hacer ejercicio a principios de mayo, Gabriel dijo que vio a un amigo que vino a ayudarle con sus estudios. Pero después de tanto tiempo sin contacto, no sabía qué decir o cómo actuar.

“Me va a costar bastante volver a relacionarme con la gente porque he estado mucho tiempo sin hablar con nadie”.

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“¿CÓMO FUNCIONA ESTO?”

Según las estadísticas del Gobierno, la inversión pública en educación en España ha disminuido desde 2009 hasta el 4,23% del PIB en 2018, lo que supone un recorte de unos 3.000 millones de euros. Desde que las escuelas cerraron, el hecho de que las familias más vulnerables no tengan recursos informáticos se ha sumado a los problemas.

A mediados de mayo, Turia fue una de las personas que acudió a recoger una tableta en un centro de ayuda a la infancia en Madrid. Se trata de uno de los 1.000 dispositivos de este tipo donados por las autoridades educativas de Madrid.

Turia, que prefiere no indicar su apellido, dice que trabaja de 10 de la mañana a 3 de la tarde como asistente de una persona mayor con Alzheimer y que ayuda a sus dos hijos con sus tareas escolares cuando vuelve a casa. Al acabar los deberes los fotografía y los envía de vuelta a los profesores.

Hay más de un millón de escolares en Madrid, donde la tasa de pobreza severa se ha duplicado con creces en una década, hasta alcanzar el 7,8% en 2017, según un informe de la ONU de febrero. El salario mínimo en España es de 950 euros mensuales, pero las prestaciones de la Seguridad Social, administradas a nivel regional, son aproximadamente la mitad de esa cifra.

El programa de Madrid solo proporciona 400 euros al mes para una sola persona, el nivel más bajo del país, según cifras oficiales. Al mismo tiempo, España es uno de los países más caros de Europa para internet de banda ancha, según un estudio de la Comisión Europea para el año 2020.

El Ministerio de Educación dijo que está dando más material a las escuelas y trabajando para formar a los profesores, estudiantes y sus familias en su uso. Sin embargo, estas medidas no ayudan con las tarifas de acceso a internet, y muchos hogares pobres están muy atrasados en cuanto a conocimientos técnicos, según dicen los profesores y confirman los estudios.

Alrededor de media docena de familias vinieron al centro de ayuda infantil de Madrid ese día para recoger tabletas. La mayoría dijo que solo tenían teléfono móvil y muchos no se sentían seguros al usar la tecnología.

Cuando Turia recogió el computador del trabajador que distribuía las “tablets”, preguntó: “¿Cómo funciona esto?”.

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(Reporte de Sonya Dowsett en Madrid. Editado en español por Jose Elías Rodríguez, Tomás Cobos y Marion Giraldo)