Capital Estado de México

Opinion

Puntos sobre las íes

Ahogándonos

Antonio Navalón

@antonio_navalon

Desde los años setenta -cuando se impulsó la creación de las primeras instituciones y leyes ambientales del país- la contaminación y la lógica implacable del consumo energético ante las necesidades de los seres humanos, ha sido un problema permanente en la Ciudad de México.

Aunque no debemos olvidar que tanto Hernán Cortés como los legítimos dueños del país, se enamoraron del clima del Valle de México. Sin embargo, hay que considerar que en aquel tiempo no existían los autos y tampoco éramos millones de mexicanos circulando por las calles de la ciudad.

Ahora México está viejo, entre otras cosas porque gran parte de los recursos nacionales han ido a las cuentas corrientes indebidas y no se han utilizado para actualizar la infraestructura que nos permita sobrevivir sin alterar la calidad del aire y no acabar muriendo por nuestra propia obra.

Y es que, tanto unos como otros hemos ido aniquilado con emisiones masivas de contaminantes a todo el planeta, que ya empieza a vengarse con fenómemos provocados por el cambio climático que nadie puede negar.

En ese sentido, echo de menos en esta contingencia las estrategias y acciones para evitar las consecuencias de no haber invertido en el control de las emisiones. Consecuencias nos podrían llevar a invertir en programas que nos ayuden a respirar el costo de la factura de nuestra salud, empeorando así la crisis que ya estamos viviendo.

Porque prohibir la circulación de los autos es sólo la mitad del problema, ya que la otra parte implica una serie de repercusiones para los ciudadanos que necesitan transportarse e ir a sus trabajos. Situación que obliga tanto al Gobierno Federal como al local a realizar un esfuerzo dirigido hacia dos ejes.

En el primero, se debe invertir en infraestructura, y en el segundo, es necesario mejorar la calidad del equipamiento urbano, particularmente del transporte público. Para que así las personas no corran el peligro de morir, no sólo por el efecto del aire contaminado, sino también por el hartazgo de esperar a los autobuses y a los trenes del metro, que pasan tan llenos como si fueran el testimonio de los peores momentos del tercermundismo del país.

Ahora el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera tiene que explicar más y mejor esta crisis, que si bien él no la inventó, sí está obligado a solucionarla.

Pero sobre todo, tiene que explicar qué es lo que necesita del Gobierno Federal para que los citadinos no acabemos muertos como en una pesadilla de armas de destrucción masiva, que es en lo que hemos convertido a nuestros autos, a nuestros calefactores y a nuestra falta de previsión.

Salir de la versión móvil