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Opinion

#HerenciadelMéxicoAntiguo El téchcatl y la ofrenda máxima para los dioses

Carlos G. Alviso López

A diario se procuraba la anuencia de las deidades. En todo momento las acciones de los humanos debían tener una justificación, pero más allá de eso, había que ser agradecidos con quienes dieron vida y continuidad a las cosas, era indispensable mantener la devoción en aquellos, los dueños de la creación.

Pero… ¿cómo se hacía este complejo ritual? Nada más y nada menos que con el ofrecimiento de la vida terrenal, el alma era la ofrenda a través de la sangre y el sacrificio de personas. Era motivo de celebrar cuando la extracción del corazón de un ser humano se daba a los dioses.

Para ello, había ciertos utensilios sagrados como los filosos cuchillos de obsidiana y algo principal: el téchcatl, la piedra del sacrificio, donde yacían los cuerpos aún en vida de las mujeres y hombres que serían inmolados en nombre de estos seres de divinidad absoluta.

El téchcatl era testigo de aquella muestra reverencial de la humanidad, era fiel acompañante del momento en que el desprendimiento de las almas ocurría, al dejar el cuerpo de los sacrificados. Se le consideraba una base transitoria en el ciclo de la vida hacia la muerte, el téchcatl era un símbolo portentoso de las ofrendas y rituales.

Los motivos de quienes eran llevados al téchcatl eran múltiples, había guerreros vencidos en batalla, mujeres cuya virginidad era sagrada, también los llevaban por adulterio, por faltas a la moral y así también se ofrecía la vida de niños por su inocencia y juventud.

Hubo decapitaciones, extracciones de corazón, desmembramientos, hechos que con justicia deben ser juzgados desde la perspectiva que tenían las civilizaciones mesoamericanas en esa época, que en contraste con la cosmovisión del cristianismo, resultan una barbarie encarnizada, contexto que fue una de las justificaciones para la llamada Conquista española.

El téchcatl era una piedra tallada artísticamente, su significado en náhuatl es penitencia, se utilizaba en ceremonias religiosas para los dioses y sus hallazgos se sitúan principalmente en los vestigios de la Gran Tenochtitlan, hoy una herencia más del México antiguo.

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