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Opinion

Destape de Meade por Videgaray o el agua escasa en la tamalera

Si los elogios de Luis Videgaray Caso a José Antonio Meade Kuribreña fueron o no un predestape producto de la euforia del grupo ITAM en el gabinete presidencial, sus efectos aportaron elementos para considerar ese acto como un método tradicional –pero científico-social– de sondeo: medirle el agua a la tamalera priista.
A partir de la reacción enojada del presidente Peña Nieto, el proceso del dedazo presidencial entró en una zona de incertidumbre, y no porque Meade no vaya a ser el candidato –o ya lo es, pero había que taparlo–, sino porque evidenció una falta de calor partidista a su alrededor.
Meade sería el primer precandidato del PRI que no es del PRI, tomando el PRI como el partido del poder y también el partido de los priistas. Lo último que le quedaba al PRI era la identidad y Meade no la representa.
Los candidatos presidenciales del ciclo tecnocrático –López Portillo, De la Madrid, Salinas, Zedillo y Peña Nieto– se habían inscrito en el PRI desde la juventud, aunque carecían de militancia, con el caso simbólico de Salinas de Gortari que nació en pañales tricolores, pero fue el encargado de liquidar al viejo PRI en 1992 cuando metió a fuerzas la propuesta de “liberalismo social”: el mercado capitalista por encima del Estado social. Zedillo, incluso, dijo mantener una “sana distancia” del partido, pero el PRI nunca fue tan dependiente como en su sexenio.
Si algún dato necesitaba el presidente Peña Nieto para auscultar –verbo de la gramática priista– el ambiente alrededor de Meade, lo tuvo con el predestape de Videgaray: un realineamiento crítico de las élites políticas priistas por el estilo excluyente de Videgaray y el propio Meade en función de sus prioridades de modelo económico neoliberal. Más que una sucesión priista, el ambiente de la actual podría tener más referentes con la panista de Josefina Vázquez Mota: en 2012 las élites panistas prefirieron pactar con el PRI de Peña Nieto que con el PAN sin candidato calderonista.
Salinas entendió la crisis priista de 1988: cinceló en el PRI a su candidato para 1994 y amarró a su élite neoliberal dentro del PRI en las principales posiciones: diputaciones, senadurías, gubernaturas y cargos de funcionarios. Si Peña Nieto pensó con anticipación en Meade, le faltó la construcción en el PRI y sus posiciones de una élite funcional al continuismo neoliberal. Al contrario, Peña le entregó a Videgaray el PRI con la presidencia de Enrique Ochoa Reza, sin ideología y sólo como candado tecnocrático.
Más que una reproducción, la potencial candidatura de Meade estaría en la lógica del caso de Cuauhtémoc Cárdenas: las élites y bases priistas votaron por el michoacano y cimbraron –en la contabilidad oficial operada por Manuel Bartlett Díaz– al PRI en una votación real calculada abajo de 40 por ciento. En la presidencia Salinas tuvo la habilidad para garantizar y premiar la lealtad partidista. El PRI con Meade como principal precandidato está en tercer sitio en las encuestas, porque carece del voto priista.
El enojo presidencial por el predestape o euforia de Videgaray ya le aportó al escenario político priista datos de los comportamientos de las bases priistas que tienen –como en 1988– en López Obrador un aliado de ideas populistas y porque mostraron que Meade es un candidato que no es del PRI, sino de las élites tecnocráticas y neoliberales.
Política para dummies: La política es el juego de las sillas…, sólo que sin sillas.
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