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El arte de hacer veladoras

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Velas o veladoras que se llevan a bendecir para que todo salga bien en 2017.


De los artículos que no pueden faltar este fin de año son, sin duda, las velas o veladoras que se llevan a bendecir para que todo salga bien en 2017.

La fabricación de estos objetos todavía se hace en algunos lugares de provincia de manera completamente artesanal, pues aún hoy podemos encontrar en el país a esos personajes que escurren la cera caliente en el pabilo para elaborar las velas –que, por cierto, muchos obtienen de las colmenas–, y también hay empresas que utilizan un método más tecnificado en la fabricación de las veladoras, sobre todo para las temporadas de los días de muertos, así como de Navidad y Año Nuevo.

A pesar del desarrollo tecnológico, el trabajo manual en esta labor todavía es muy apreciado, pues para que se haga un producto de gran calidad, la mano del hombre aún tiene mucho que ver en ello. Así nos lo comenta Eustacio Hernández Montiel, quien tiene una experiencia de por lo menos 40 años en el negocio de la elaboración de veladoras, industria que no ha cambiado mucho en cuanto a procesos cuando lo que se busca es fabricar productos de calidad.

Esto es así porque en los detalles “finos” las máquinas aún no son capaces de igualar la mano de obra humana, que sí tiene la habilidad, por ejemplo, de colocar el pabilo justo en el centro del fondo del vaso donde se vaciará la parafina, un aspecto fundamental para que no se “truene” el vidrio por el calor cuando se esté consumiendo el producto.

Claro que las máquinas aceleran los procesos de producción, pero la mano del hombre tiene la capacidad aquí de también colocar los pabilos acordes a la calidad de la parafina que se vaya a usar; entre más calidad de la parafina ésta deberá tardar más en consumirse y, por tanto, el pabilo debe tener un grosor especial.

“La parafina que va hasta el fondo del vaso siempre debe ser de alta calidad y dureza, para que que pueda quemarse lentamente a manera de que no provoque el estrellamiento del vidrio”, nos dice Odón Hernández, hijo del señor Eustacio, que creció en un ambiente donde la fabricación de las veladoras era el modo de vida familiar.

“Luego en muchas fábricas vacían un producto de menor calidad, para abaratar costos, y en la parte superior vuelven a echar parafina de la mejor”, de esa manera, muchas personas que “saben”, “rascan” la parte de arriba para constatar la dureza del producto, pero no se dan cuenta que sólo revisan la parte superior y no todo el producto, refiere.

Antaño, tercia don Eustacio, estos artículos se hacían con sebo de animales o cera de abeja – de ahí el nombre de cererías para los lugares que expenden velas, cirios y veladoras–, pero éstos generan mucho humo y su proceso de producción es más caro, por eso cuando surgió la parafina, a mediados del siglo XIX, enseguida se adoptó su uso en la fabricación masiva de velas y veladoras.

Así, ante los embates de la tecnología –que ahora provee materia prima más amigable con el ambiente–, la mano del hombre todavía tiene un papel fundamental cuando la finalidad es obtener velas y veladoras de máxima duración y calidad.