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Festival de la Huasteca “Tocar huapango se siente rebonito”

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Con fiesta, música y baile celebran las tradiciones de sus ancestros


“La música para mí significa alegría y amor. Me gusta mucho tocar sones y huapangos de mi tierra, porque representa dar todo ese amor y alegría a quien me escucha”.
A sus 16 años, Jorge Sánchez Sánchez, originario de Tantoyuca, Veracruz, promete ser uno de los principales eslabones que mantendrá vivo el legado cultural de los sones y huapangos de la Huasteca en todo el país.
Con su violín en mano y un tanto nervioso, Jorge recordó con una sonrisa en el rostro cómo a muy corta edad tomó su gusto por la música tradicional de la región, misma que aprendió a tocar con sólo escucharla.
“Todo fue gracias a mi tío abuelo. Él toca en una cuadrilla tradicional de aquí, le decimos Don Güicho. Gracias a él entré a todo lo que tiene que ver con los huapangos y sones. Estoy muy agradecido por el apoyo que me dio, porque él me enseñó lo básico, es decir, me mostró la parte lírica de mi instrumento, pues él tocaba y yo lo repetía”, evocó.
Ataviado con la indumentaria tradicional de la región y tras su presentación en el Festival de la Huasteca, que este año se realizó en su municipio, Jorge habla de su instrumento como esa herramienta que le abrirá cientos de puertas en un futuro. “Es un violín muy bonito, aunque sé que para que te abra esas puertas es muy importante saberlo tocar muy bien”, reconoció.
“Subirse a los escenarios para tocar un son o un huapango es una experiencia diferente a lo normal, porque no estoy acostumbrado, aunque, la verdad, se siente rebonito”, externó.
¡No veo nada!
“!Oye mamá, no veo nada desde aquí!”, grita un niño. Ella contesta que debe acercarse más para apreciar todo el espectáculo.
Arriba del escenario, un violín, una quinta y una jarana suenan; son sones que ponen a bailar a un grupo de danzantes, quienes, vestidos con indumentaria multicolor tradicional y sombreros con plumas, no dejan de mover los pies y de girar de un lado al otro.
“Es la danza tradicional del estado de Querétaro, y dicen que es para los buenos augurios”, aclara la anfitriona.
En las sillas que se dispusieron para disfrutar el espectáculo, una familia con dos pequeñas miran atónitas el show. Por ser música que no siempre escuchan, las niñas quedan fascinadas por los sonidos y los trajes multicolores de los danzantes.
“¿Qué están bailando, papá?”, pregunta una de ellas. “Es un baile tradicional de aquí”, contesta.
“Yo quiero vestirme como ellos, bailan muy bonito”, dice la pequeña, mientras devora un helado que se derrite en su mano y mancha sus cachetes.
En la sangre
Fiel heredero de la música tradicional, el joven violinista Jorge Sánchez Sánchez también es resultado de los talleres permanentes de huapangos y sones que imparte el ayuntamiento en su tierra natal, una iniciativa del Programa de Desarrollo Cultural de la Huasteca, de la Secretaría de Cultura federal.
“Después de que mi tío me enseñó lo básico, me encontré que el ayuntamiento abrió unos talleres de huapanagos y sones, así que decidí inscribirme para seguir preparándome. Ahí me enseñaron más cosas, como posiciones, notas y todo sobre la música”, recordó.
Josué Emanuel Reyes de la Cruz, instructor de los talleres permanentes de jarana, quinta y violín en Tantoyuca, dijo que uno de los principales conceptos que busca dejar a sus alumnos, más allá de prepararlos como instrumentistas, es el “amor por el huapango y la identidad de ser huasteco”.
“No hay forma de definir al son huasteco con una palabra, pero yo lo llamaría amor a la tierra, es decir, ese disfrute musical de la sonoridad de los ruidos de la Huasteca. Para mí, es algo importante, porque está en mi sangre y en mi familia; nosotros hemos vivido y crecido dentro del son huasteco”, externó Emanuel, maestro de Jorge.
Con un gran futuro por delante, el joven violinista quiere que su amor por la música lo lleve tocar de una manera más profesional, para que no sólo en la región huasteca conozcan sus sones y huapangos, sino en el resto del mundo.
Agüita fresca
Cobijados por el calor de la región y una lluvia ligera que aumenta la sensación térmica, los asistentes no pierden oportunidad de disfrutar de alguna bebida para refrescarse.
“¡Hay agüita fresca!”, se oye a lo lejos. Un vendedor carga en su hombro una charola con decenas de vasos con aguas que parecen tener el color del arcoiris.
Al unísono de la música y el baile tradicional, las luces del escenario parecen danzar. Los pequeños que lograron llegar adelante están atentos y no quitan la mirada del escenario; los giros y los zapateados no terminan.
Entre los pasillos que separan cada fila se pasea un cachorro de color cenizo que, al buscar refugio de la lluvia, sale asustado por el grito de unos bailarines.
La lluvia arrecia, pero no el ánimo de los danzantes, pues la música no acaba y el público sigue llegando.
Una pareja corre para cubrirse. Ella advierte que no deben olvidar el paraguas para los siguientes días, pues todo pronostica que el mal tiempo seguirá.
La canción y el baile parecen terminar, los danzantes comienzan a alinearse y las pisadas se coordinan; sus manos se levantan y, con un último grito, arrebatan una avalancha de aplausos y ovaciones en el Festival de la Huasteca, “ése tan bonito que se celebra cada año aquí en la región, y que en esta ocasión le tocó a Tantoyuca ser el anfitrión”, como le dice a los turistas el tipo que vende el agua de sabores.