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UNAM: porros otra vez

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Los porros son la cereza podrida de esta escalada violenta que, si no se frena, puede ser un elemento desestabilizador de la vida universitaria


Las imágenes de individuos violentos enfundados en chamarras y playeras del CCH, armados con tubos, palos, cuchillos, navajas y cuters, algunos con rostro y cabeza ocultos, que atacaron a una marcha pacífica frente a Rectoría, que justamente pedía el cese de la violencia en el Colegio de Ciencias y Humanidades Azcapotzalco, me retrotrajeron en la memoria casi 50 años, cuando en las preparatorias y algunas facultades de la universidad se organizaron grupos de jóvenes, entre lumpen callejero y estudiantes fósiles –o simplemente violentos–, que desde entonces se denominan porros, porque estaban ligados a las huestes que aparecían en los partidos de futbol americano con el pretexto de apoyar a su equipo, pero actuaban como golpeadores, cual hooligans a la mexicana.
La historia se repite hasta en sus pormenores, porque hoy, como hace cinco décadas, hay autoridades que apoyan y propician la existencia de porros, que los solapan y utilizan para mantener sumisos y aterrorizados al resto de los estudiantes; que los tienen a su servicio para contar con apoyos espurios a todas sus iniciativas. Los porros son agresivos e impunes, porque no hay cuerpo de seguridad que los frene o se les enfrente, tal como ocurrió este lunes cuando los vigilantes –que según aseguran maestros de toda la vida, son policías de la Ciudad de México contratados por la Universidad y supuestamente desarmados– veían de lejos cómo los agresores lanzaban bombas molotov, botellas de cerveza, piedras, petardos contra unos 200 manifestantes inermes, sin hacer siquiera el intento de acercarse para impedir golpiza y acuchillamientos.
Cuatro heridos con objetos punzocortantes fueron llevados al hospital, 10 golpeados y quemados fueron atendidos en el sitio mismo, pero ni uno solo de los agresores fue detenido.
Vestir ropa deportiva con logos y letreros del CCH Atzcapotzalco y del CCH Naucalpan surtió el efecto deseado: muchos medios registraron la agresión uniltateral como “trifulca”, enfrentamiento entre dos bandos.
La marcha exigía esclarecimiento de al menos 250 violaciones sexuales que fueron cometidas en un año en la UNAM, el esclarecimiento del secuestro y muerte de la estudiante del CCH Oriente Miranda Mendoza Flores, en agosto; cese al acoso de profesores hacia jovencitas de bachillerato, que se cubran plazas de maestros, pues no está completo el número que se requiere en Atzcapotzalco.
Fue tan grave la agresión, que dos jóvenes estaban en terapia intensiva con lesiones por arma punzocortante. Joel tiene perforado un riñón; Emilio recibió una estocada por la espalda y ambos sangraban abundantemente cuando fueron llevados al hospital.
Todo ocurrió frente a Rectoría ante la pasividad de los elementos de vigilancia. La Facultad de Filosofía mencionó que los agresores eran individuos ajenos a la propia Universidad. Varias facultades decretaron un paro de labores de tres días. Así comienzan las escaladas violentas en recintos universitarios. Así empezó, con enfrentamientos entre alumnos de dos escuelas en la Ciudadela, el movimiento estudiantil de 1968.
El espacio autónomo de CU ha sufrido en meses y años recientes la invasión de narcomenudistas, muchos armados, que ya cometieron asesinatos. Hay violencia feminicida y ataques sexuales a las jóvenes. Los porros son la cereza podrida de esta escalada violenta que, si no se frena, puede ser un elemento desestabilizador de la vida universitaria. Para colmo, en medio del cambio de gobierno.